martes, 6 de septiembre de 2011

¿En qué consistió el método de Jesús?

¿EN QUÉ CONSISTIÓ
EL MÉTODO DE JESÚS?

El método que Jesús adoptó para su labor de evangelizador queda claramente ilustrado en cada uno de los cuatro Evangelios. En efecto cada uno de los Evangelios refleja la pedagogía que utilizaron las distintas Iglesias Particulares que evangelizaban en la cuenca del Mediterráneo imitando de cerca la pedagogía de Jesús, a lo largo del primer siglo de la era cristiana. En concreto, el Evangelio de Marcos reproduce la forma cómo evangelizaba Pedro en Roma y a su alrededor; el Evangelio de Lucas reproduce el estilo que utilizaba Pablo en su zona de influencia que abarcaba sobre todo la región de Grecia; el cuarto Evangelio, de su parte, expresa la evangelización realizada bajo la influencia del apóstol san Juan en Asia Menor; y el Evangelio de Mateo constituye una documentación de cómo se evangelizaba en Palestina donde la mayoría de los destinatarios procedían del pueblo judío.

Todos coinciden en los pasos esenciales de la iniciación a la fe cristiana. Estos pasos, sintetizados, son los siguientes: la confesión de los pecados; el kerigma, que implica una promesa de felicidad; una terapia personalizada que da cumplimiento a la promesa anterior; una experiencia nueva de convivencia fraterna significada por la admisión a la celebración eucarística; la misión en el mundo.

La confesión de los pecados

El punto de arranque consiste en la lectura de los signos de los tiempos que apremia un cambio histórico radical. Porque el objetivo de la evangelización consiste en promover el abandono de la idolatría para dar implementación a un nuevo proyecto de vida llamado “Reino de Dios”. Esto se logra actualizando, al inicio, el cuestionamiento propuesto por Juan Bautista.
Lo primero que nos corresponde lograr cuando queremos empezar un proceso para formar un nuevo grupo de discípulos de Jesucristo es ayudarlos a reconocer que no son todavía personas felices, porque, a lo largo de su vida, únicamente han amontonado fracasos sobre fracasos. Reconocer el propio pecado es lo mismo que darse cuenta de haberse equivocado en todo, de llevar una vida que no tiene sentido, de estar perdidos en una maraña de problemas personales insolubles, de verse a sí mismos en medio de la oscuridad. La evangelización tiene como destinatarios los “pobres en el espíritu”, que son las personas en crisis: las personas fracasadas. Sería perder nuestro tiempo proponer un cambio de vida a personas que todavía se creen exitosas, a personas que creen no necesitarlo.

El kerigma

El kerigma es la “Buena Nueva” dirigida a las personas que no han reaccionado negativamente al cuestionamiento anterior. Se les dice que, lejos de estar todo perdido, su situación de crisis personal encierra un serio llamado de parte de Dios que los está buscando para regalarles la felicidad. En el kerigma está incluida la buena noticia de que Dios los llama así como son, gratuitamente, sin que necesiten portarse bien para que Dios los quiera. La prueba de ello es que Dios les ha enviado a Jesucristo, presente en el propio evangelizador, para anunciarles el perdón de todas sus culpas. En el kerigma, además está incluida una promesa formal, que el evangelizador dirige en nombre de Dios a cada persona en su situación concreta, de que, por medio de su Palabra, dará solución a cada uno de los problemas que les angustian actualmente y que les llevará realmente a la felicidad. Lo único que cada persona tiene que hacer es disponerse a escuchar de parte de Dios cosas verdaderamente nuevas.

El kerigma no sería tal, si no fuera acompañado por el testimonio personal del evangelizador que, después de haber pasado por una experiencia de crisis personal semejante, ha encontrado la propia sanación interior en Jesucristo. Este testimonio debe ser dado con sinceridad y con hechos concretos y reales.

La fuerza del kerigma se fundamenta en la revelación de que Dios es amor. Para ser eficaz, el kerigma implica negar que Dios sea un juez que castiga a los malos y que premia a los buenos, porque un dios así no existe en ningún lado. De Dios nadie sabe nada porque nadie lo ha visto. El único que lo conoce es Jesucristo. Y Jesucristo ha atestiguado, a costa de la propia vida, de que Dios es un verdadero Padre que nos ama realmente así como somos.

Una terapia personalizada

El kerigma implica una promesa de felicidad de parte de Dios, que se hace efectiva a través de una terapia personalizada perché Jesús tiene el poder de exorcizar, de sacar al demonio del corazón de cualquiera, eso es: de curar toda clase de dolencia. Esta terapia es fruto de la escucha atenta de la Palabra de Jesucristo,  porque él sana dando a conocer la verdad. El fruto conclusivo de esta terapia es una vida nueva.

Hay que reconocer que en esto la Iglesia, durante un tiempo demasiado largo, ha perdido la conciencia de cuál es el servicio que debe realmente al hombre, porque se ha dedicado demasiado al narcisismo, eso es a pensar primeramente en su propio bienestar, a defender sus propias estructuras. Es hora que la Iglesia recupere su capacidad de indicar al ser humano cuál es el único camino que lo puede llevar a la felicidad y de procurar que realmente la consiga. La Iglesia tiene este poder, porque Jesús le ha compartido el poder de exorcizar, de sacar el demonio del corazón del hombre para llenarlo del Espíritu de la verdad. Esto es el ministerio de la Iglesia que identificamos con la “catequesis”. Catequesis no es adoctrinamiento, sino utilizar el poder de la verdad para sanar y liberar al hombre de sus esclavitudes.

Convivencia eucarística

El fruto de una verdadera acción evangelizadora es poner al ser humano en condiciones de experimentar una nueva “convivencia” fraterna, llamada técnicamente “koinonía” o comunión. Es una nuevo estilo de vida al que tiene acceso quien, sanado interiormente, puede ya renunciar a sí mismo para vivir para los demás. Es una experiencia novedosa, humanamente imposible, sin la transformación que sólo puede otorgar la acción del Espíritu Santo. Se expresa en el compartir y se realiza a través del servicio mutuo. Es la prueba de que la evangelización ha surtido efecto, de que el discípulo de Jesucristo, liberado de su tristeza congénita, ha alcanzado definitivamente la victoria sobre el miedo a la muerte. El estado de ánimo permanente de quien alcanza este nivel de madurez en la fe es la exultación, que también llamamos “vida eterna”, y que constituye la base de nuestra “acción de gracias”, o sea de nuestra espiritualidad eucarística.

La espiritualidad eucarística, impregnada del espíritu victorioso de  Jesucristo resucitado, es la capacidad de actuar en el mundo como quienes han dado la espalda a los ídolos del poder, del dinero y del placer, clasificados como bienes perecederos, para edificar un mundo nuevo en el que se instauran los valores eternos del Reino de Dios.

La misión de los discípulos en el mundo

Después de que los discípulos de Jesús hayan alcanzado la madurez de la fe,  que  se  manifiesta por su espiritualidad eucarística, pueden
ser enviados al mundo para enseñar a toda creatura lo mismo que han aprendido de su Maestro.

Como recuerdan de dónde vienen y cómo Jesús los ha transformado a cada uno de su condición de personas enajenadas en hijos de Dios que gozan ahora de gloriosa libertad, saben perfectamente cómo transformar a los demás. Pueden, pues, congregar a gentes de toda raza, lengua y nación; no sólo, sino que a toda clase de enfermos: sordos, ciegos, cojos, leprosos, e inclusive muertos, para darles vida nueva, repitiendo con ellos la terapia realizada por Jesucristo a su favor.

Como nos estamos dando cuenta, la evangelización no es una labor empírica de aficionados, sino una labor extremadamente seria de profesionales, que, absolutamente, no puede ser confiada a incompetentes, ni que pueda ser realizada al “ahí se va”.

Debemos, pues, caer en la cuenta del por qué Jesús, después de haber iniciado su trabajo por las sinagogas de Galilea, optó por elegir a un grupo reducido de discípulos, a los que evangelizó a parte, dedicándoles la totalidad de sus energías, para capacitarlos como evangelizadores. Nunca él pretendió que aquellos que apenas lo había visto pasar por los caminos de Palestina continuaran su obra. La tarea de evangelizar a su estilo, sólo se la confió al pequeño grupo que había capacitado personalmente. Porque evangelizar de verdad es continuar la acción terapeuta que Jesús ha cumplido a favor de sus más cercanos discípulos, a los que, únicamente, mandó a evangelizar.

Cuando la Iglesia, en el siglo IV, a consecuencia de la conversión del emperador Constantino, cambió su estrategia, y se volvió una “religión de masas”, renunciando, implícitamente, a seguir siendo una pisca de levadura, perdió su profesionalidad evangelizadora, tanto así que luego se vio arrastrada por el mundo, llegando siempre tarde a afrontar los retos que el mundo le impone. Actualmente, después del Nuevo Pentecostés que ha sido el Concilio Vaticano II, cuando hablamos de la necesidad de volver a las fuentes para poner en marcha un proceso de “Nueva Evangelización”, significa que debemos recuperar nuestra identidad y nuestro liderazgo de cara al mundo, para que caminemos delante y no detrás de él.

Necesitamos verdaderamente tomar conciencia de que la tarea que nos ha confiado Jesucristo es la de indicar al ser humano el camino de la felicidad, de una manera real y convencedora, siendo testigos de lo que el encuentro vivo con Jesús resucitado nos ha dado a nosotros, si verdaderamente hemos resucitado con él.

Pbro. Gian Claudio Beccarelli Ferrari

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